¿Por qué se termina el amor?
¿Por qué está con su pareja? ¿Qué le mantiene unido a ella? ¿Qué pasaría si la relación se acabara? ¿Cómo la responsabiliza de su felicidad? ¿Qué gana cuando le hace daño a su pareja? ¿Cómo le demuestra que la acepta como es? ¿Qué podría hacer para mejorar la relación?
¿Por qué está con su pareja? ¿Qué le mantiene unido a ella? ¿Qué pasaría si la relación se acabara? ¿Cómo la responsabiliza de su felicidad? ¿Qué gana cuando le hace daño a su pareja? ¿Cómo le demuestra que la acepta como es? ¿Qué podría hacer para mejorar la relación?
¿Por qué son tan complicadas las relaciones? ¿Por qué provocan tanto dolor y sufrimiento? ¿Por qué se termina el amor? Por muy duro que pueda parecer, cada vez más expertos afirman que todo esto sucede porque, en primer lugar, "el amor nunca existió". Así lo piensa y lo escribe la reconocida terapeuta Louise L. Hay, autora de Usted puede sanar su vida y El poder está dentro de ti. "Si bien al principio lo confundimos con el enamoramiento, más adelante volvemos a equivocarnos, creyendo que el amor es el sentimiento amoroso", afirma.
"Muchas personas dejan de amar a sus parejas porque ya no tienen sentimientos de amor hacia ellas", apunta Hay. "Es un enfoque victimista y reactivo. Más que nada porque los sentimientos surgen como consecuencia de nuestras actitudes y comportamientos amorosos. Para amar de verdad debemos asumir la responsabilidad de crear este tipo de conductas, desarrollando nuestra proactividad al servicio de la relación".
El quid de la cuestión radica en que "es imposible amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos primero", sostiene Hay. Esto es precisamente lo que descubrió Sergio Piera tras romperse su relación. "Debido a nuestra falta de autoestima, buscamos en nuestro compañero sentimental el cariño, el aprecio, el reconocimiento y el apoyo que no nos damos a nosotros mismos", señala Hay.
Pero, ¿qué es, entonces, la autoestima? Etimológicamente, se trata de una sustantivo formado por el prefijo griego autos -que significa �por sí mismo�- y la palabra latina aestima -del verbo aestimare, que quiere decir �evaluar, valorar, tasar�� Así, la autoestima se define como "la manera en la que nos valoramos a nosotros mismos". Y no se trata de sobre- o subestimarnos, sino de vernos y aceptarnos tal como somos. Este es el viaje que propone el autoconocimiento y el desarrollo personal, dos procesos cada vez más integrados y demandados en nuestra sociedad.
Después de una década dirigiendo proyectos de investigación en la Universidad de California, Deida ha concluido que "una de las claves para que las relaciones perduren es mantener encendida la pasión sexual. Para que la atracción y el deseo no se desvanezcan es necesario que uno de los dos amantes encarne y potencie el rol masculino (vigorosidad, fuerza e iniciativa) y el otro el femenino, en el que destaca la afectividad, la empatía y la receptividad". Según Deida, existen dos tipos de esencias sexuales: la masculina y la femenina, que no necesariamente se corresponden con el hombre y la mujer, sino con el rol que desempeñan en la pareja. "A la esencia sexual masculina le mueve buscar la libertad a toda costa, invierte mucho tiempo y energía en conseguir diferentes metas y objetivos. Es la encargada de dar seguridad y dirección a la relación. La prioridad de la esencia sexual femenina es la búsqueda de amor, cariño y complicidad en su mundo de relaciones afectivas, encabezadas por la que mantienen con su pareja".
En opinión de Deida, "en la medida en que los amantes se polarizan, conociendo y respetando sus diferencias, la atracción, el deseo y la pasión sexual no sólo crecen, sino que se vuelven sostenibles con los años". Para lograrlo, "la esencia sexual masculina debe trascender su obsesión por la libertad, dedicando más tiempo y energía para cuidar su vínculo afectivo". Por su parte, "la esencia sexual femenina ha de vencer su anhelo de ser amada, aprendiendo a ser más autónoma e independiente emocionalmente y dejando espacios para no ahogar a su pareja". Tal como ha descubierto Eulalia Casas, "cuanta más libertad goza la relación, más posibilidades existen de que florezca el verdadero amor", concluye Deida.
No puedo vivir contigo ni sin ti". Este es el estribillo de una conocida canción del grupo de rock U2, tocada en directo por primera vez el 4 de abril de 1987. Dos décadas más tarde, la prestigiosa revista Rolling Stone la consideró una de las 500 mejores canciones de todos los tiempos. A día de hoy se ha convertido en un canto universal sobre nuestra incapacidad para estar en pareja. Por más que nos esforcemos, nos cuesta mucho vivir con la persona que amamos. Y por más que lo intentemos, tampoco soportamos hacerlo sin ella. Nos guste o no, solemos quedar atrapados por esta disyuntiva. Eso sí, a pesar del dolor y del sufrimiento que experimentamos cuando terminan nuestras relaciones sentimentales, jamás nos damos por vencidos. No importa la edad que tengamos. Ni siquiera nuestro currículo afectivo. Al igual que Miguel Elipe, ninguno de nosotros quiere renunciar a amar y ser amado.
Muchos afirman que el amor es algo que no puede buscarse, sino que termina por aparecer en nuestra vida. Sin embargo, es tal la necesidad de compartir nuestra existencia con alguien, que en los últimos años están proliferando las agencias matrimoniales y los centros de relaciones personales. Cupidos profesionales que cuentan con más clientes cada vez debido a la falta de tiempo y dedicación para crear nuevas relaciones afectivas.
Este tipo de agencias elaboran un perfil psicológico de los interesados y a partir de ahí hacen una selección de candidatos que podrían funcionar como pareja; se les proporciona un número de teléfono y ya pueden establecer la primera cita. Sellés asegura que "sólo se necesitan unos minutos para que las dos partes corroboren si existe una cierta química emocional, física y sexual. Esto es algo que un ordenador jamás podrá determinar".
La experiencia de Isabel Lerin y Tomás Suc demuestra que el verdadero amor se sustenta bajo tres pilares: en primer lugar, la responsabilidad personal, que consiste en que cada amante se haga cargo de sí mismo psicológicamente. En segundo lugar, la interdependencia. Una vez conquistada la autonomía e independencia emocional, el aprendizaje radica en construir una convivencia constructiva, honesta y respetuosa. Y por último, valorar y disfrutar de la persona con la que compartimos nuestra vida tal como es.
Si hoy por hoy nuestras relaciones están marcadas por la rutina, el conflicto y el sufrimiento es porque nadie nos ha enseñado a amar. Pero como cualquier otro arte, se aprende a base de practicar y cometer errores. Y si no que se lo pregunten a Isabel y a Tomás. Ellos han descubierto que el amor es como la semilla de una flor. Para que brote, exhale su aroma y ofrezca sus frutos a la vida requiere cuidados diarios. Al igual que la flor, el amor necesita ser regado con agua, nutrirse de varias horas de sol y ser mimado con dosis de ternura y cariño cada día. El reto de cada pareja consiste en convertir esta metáfora en una realidad, explorando en cada caso cuál es la mejor forma de conseguirlo. Nunca hemos de olvidar que, tarde o temprano, cosecharemos lo que hayamos sembrado.
El amor es una palabra muy maltratada por la sociedad. Tanto es así, que en un primer momento suele confundirse con el enamoramiento. En opinión del psicólogo clínico Walter Riso, experto en relaciones de pareja, "el enamoramiento es un estado de atracción y pasión que suele durar entre seis meses y dos años, estrechamente relacionado con nuestra necesidad biológica de procreación". Dicho de otra manera: es la trampa en la que caemos cuando vivimos condicionados por nuestro instinto de supervivencia. Durante este periodo "nos obsesionamos con la persona amada, queriendo estar a su lado todo el tiempo y a cualquier precio. Es como un hechizo fisiológico que nos nubla la razón, volviéndonos adictos al objeto de nuestro deseo". A nivel psicológico, "el enamoramiento nos lleva a distorsionar la realidad, proyectando una imagen idealizada sobre nuestra pareja". Tal y como le sucedía a Paquita Gomero, "estamos tan cegados por el intenso torbellino emocional que sentimos en nuestro corazón, que no vemos al otro tal como es, sino como nos gustaría que fuese", reconoce Riso.
Y en base a esta visión deformada, "muchas personas se comprometen, se casan o toman otro tipo de importantes decisiones que son determinantes para su futuro afectivo", sostiene Riso, autor de ¿Amar o depender?, Amores altamente peligrosos y Los límites del amor. Una vez se desvanecen los efectos del enamoramiento, los amantes empiezan a verse tal y como realmente son. "Y es entonces cuando comienza la verdadera relación de pareja, pudiendo cultivar un amor sano, nutritivo y duradero", señala este experto. En este punto del camino es donde se pone de manifiesto el auténtico compromiso de la pareja.
A menos que cada uno de los dos amantes se responsabilice de ser feliz por sí mismo, la relación puede convertirse en un campo de batalla. De hecho, "muchas parejas terminan encerrando su amor en la cárcel de la dependencia emocional, creyendo erróneamente que el otro es la única fuente de su felicidad", apunta Riso. "Es entonces cuando aparecen en escena el apego (creer que sin el otro no se puede vivir), los celos (tener miedo de perder al compañero sentimental), la posesividad (tratar al otro como si nos perteneciera) y el rencor, que nos lleva a sentir rabia e incluso odio hacia nuestra pareja, creyendo que es la causa de nuestro malestar.
Y por si fuera poco, se sabe que cada conflicto que mantenemos con nuestra pareja deja heridas en nuestra mente y en nuestro corazón. Además, "con el tiempo, nuestro cerebro va tejiendo una red neuronal en la que se archivan todos esos desagradables episodios de violencia psicológica", señala este experto. Esta es la razón por la que a veces, cuando la relación está muy deteriorada, basta un simple comentario para que iniciemos una nueva y desagradable discusión. Lo cierto es que Riso ha trabajado con parejas que, más allá de separarse, han terminado literalmente destruyéndose.
Lo curioso es que una buena parte de estas separaciones se producen en septiembre, justo después de las vacaciones. "Es cierto que la rutina laboral y conyugal devora día tras día cualquier posibilidad de nutrir el amor en la pareja, pero también lo es que esa misma rutina les mantiene ocupados y distraídos", explica este abogado matrimonialista.
Por eso, cuando los amantes conviven de forma intensiva durante varias semanas seguidas, "es el momento en el que pueden acabar reconociendo que ya no se soportan más". Es entonces cuando la separación puede convertirse en un proceso alquímico, transformando el amor en odio.
"Muchas personas dejan de amar a sus parejas porque ya no tienen sentimientos de amor hacia ellas", apunta Hay. "Es un enfoque victimista y reactivo. Más que nada porque los sentimientos surgen como consecuencia de nuestras actitudes y comportamientos amorosos. Para amar de verdad debemos asumir la responsabilidad de crear este tipo de conductas, desarrollando nuestra proactividad al servicio de la relación".
El quid de la cuestión radica en que "es imposible amar a los demás si no nos amamos a nosotros mismos primero", sostiene Hay. Esto es precisamente lo que descubrió Sergio Piera tras romperse su relación. "Debido a nuestra falta de autoestima, buscamos en nuestro compañero sentimental el cariño, el aprecio, el reconocimiento y el apoyo que no nos damos a nosotros mismos", señala Hay.
Pero, ¿qué es, entonces, la autoestima? Etimológicamente, se trata de una sustantivo formado por el prefijo griego autos -que significa �por sí mismo�- y la palabra latina aestima -del verbo aestimare, que quiere decir �evaluar, valorar, tasar�� Así, la autoestima se define como "la manera en la que nos valoramos a nosotros mismos". Y no se trata de sobre- o subestimarnos, sino de vernos y aceptarnos tal como somos. Este es el viaje que propone el autoconocimiento y el desarrollo personal, dos procesos cada vez más integrados y demandados en nuestra sociedad.
Después de una década dirigiendo proyectos de investigación en la Universidad de California, Deida ha concluido que "una de las claves para que las relaciones perduren es mantener encendida la pasión sexual. Para que la atracción y el deseo no se desvanezcan es necesario que uno de los dos amantes encarne y potencie el rol masculino (vigorosidad, fuerza e iniciativa) y el otro el femenino, en el que destaca la afectividad, la empatía y la receptividad". Según Deida, existen dos tipos de esencias sexuales: la masculina y la femenina, que no necesariamente se corresponden con el hombre y la mujer, sino con el rol que desempeñan en la pareja. "A la esencia sexual masculina le mueve buscar la libertad a toda costa, invierte mucho tiempo y energía en conseguir diferentes metas y objetivos. Es la encargada de dar seguridad y dirección a la relación. La prioridad de la esencia sexual femenina es la búsqueda de amor, cariño y complicidad en su mundo de relaciones afectivas, encabezadas por la que mantienen con su pareja".
En opinión de Deida, "en la medida en que los amantes se polarizan, conociendo y respetando sus diferencias, la atracción, el deseo y la pasión sexual no sólo crecen, sino que se vuelven sostenibles con los años". Para lograrlo, "la esencia sexual masculina debe trascender su obsesión por la libertad, dedicando más tiempo y energía para cuidar su vínculo afectivo". Por su parte, "la esencia sexual femenina ha de vencer su anhelo de ser amada, aprendiendo a ser más autónoma e independiente emocionalmente y dejando espacios para no ahogar a su pareja". Tal como ha descubierto Eulalia Casas, "cuanta más libertad goza la relación, más posibilidades existen de que florezca el verdadero amor", concluye Deida.
No puedo vivir contigo ni sin ti". Este es el estribillo de una conocida canción del grupo de rock U2, tocada en directo por primera vez el 4 de abril de 1987. Dos décadas más tarde, la prestigiosa revista Rolling Stone la consideró una de las 500 mejores canciones de todos los tiempos. A día de hoy se ha convertido en un canto universal sobre nuestra incapacidad para estar en pareja. Por más que nos esforcemos, nos cuesta mucho vivir con la persona que amamos. Y por más que lo intentemos, tampoco soportamos hacerlo sin ella. Nos guste o no, solemos quedar atrapados por esta disyuntiva. Eso sí, a pesar del dolor y del sufrimiento que experimentamos cuando terminan nuestras relaciones sentimentales, jamás nos damos por vencidos. No importa la edad que tengamos. Ni siquiera nuestro currículo afectivo. Al igual que Miguel Elipe, ninguno de nosotros quiere renunciar a amar y ser amado.
Muchos afirman que el amor es algo que no puede buscarse, sino que termina por aparecer en nuestra vida. Sin embargo, es tal la necesidad de compartir nuestra existencia con alguien, que en los últimos años están proliferando las agencias matrimoniales y los centros de relaciones personales. Cupidos profesionales que cuentan con más clientes cada vez debido a la falta de tiempo y dedicación para crear nuevas relaciones afectivas.
Este tipo de agencias elaboran un perfil psicológico de los interesados y a partir de ahí hacen una selección de candidatos que podrían funcionar como pareja; se les proporciona un número de teléfono y ya pueden establecer la primera cita. Sellés asegura que "sólo se necesitan unos minutos para que las dos partes corroboren si existe una cierta química emocional, física y sexual. Esto es algo que un ordenador jamás podrá determinar".
La experiencia de Isabel Lerin y Tomás Suc demuestra que el verdadero amor se sustenta bajo tres pilares: en primer lugar, la responsabilidad personal, que consiste en que cada amante se haga cargo de sí mismo psicológicamente. En segundo lugar, la interdependencia. Una vez conquistada la autonomía e independencia emocional, el aprendizaje radica en construir una convivencia constructiva, honesta y respetuosa. Y por último, valorar y disfrutar de la persona con la que compartimos nuestra vida tal como es.
Si hoy por hoy nuestras relaciones están marcadas por la rutina, el conflicto y el sufrimiento es porque nadie nos ha enseñado a amar. Pero como cualquier otro arte, se aprende a base de practicar y cometer errores. Y si no que se lo pregunten a Isabel y a Tomás. Ellos han descubierto que el amor es como la semilla de una flor. Para que brote, exhale su aroma y ofrezca sus frutos a la vida requiere cuidados diarios. Al igual que la flor, el amor necesita ser regado con agua, nutrirse de varias horas de sol y ser mimado con dosis de ternura y cariño cada día. El reto de cada pareja consiste en convertir esta metáfora en una realidad, explorando en cada caso cuál es la mejor forma de conseguirlo. Nunca hemos de olvidar que, tarde o temprano, cosecharemos lo que hayamos sembrado.
El amor es una palabra muy maltratada por la sociedad. Tanto es así, que en un primer momento suele confundirse con el enamoramiento. En opinión del psicólogo clínico Walter Riso, experto en relaciones de pareja, "el enamoramiento es un estado de atracción y pasión que suele durar entre seis meses y dos años, estrechamente relacionado con nuestra necesidad biológica de procreación". Dicho de otra manera: es la trampa en la que caemos cuando vivimos condicionados por nuestro instinto de supervivencia. Durante este periodo "nos obsesionamos con la persona amada, queriendo estar a su lado todo el tiempo y a cualquier precio. Es como un hechizo fisiológico que nos nubla la razón, volviéndonos adictos al objeto de nuestro deseo". A nivel psicológico, "el enamoramiento nos lleva a distorsionar la realidad, proyectando una imagen idealizada sobre nuestra pareja". Tal y como le sucedía a Paquita Gomero, "estamos tan cegados por el intenso torbellino emocional que sentimos en nuestro corazón, que no vemos al otro tal como es, sino como nos gustaría que fuese", reconoce Riso.
Y en base a esta visión deformada, "muchas personas se comprometen, se casan o toman otro tipo de importantes decisiones que son determinantes para su futuro afectivo", sostiene Riso, autor de ¿Amar o depender?, Amores altamente peligrosos y Los límites del amor. Una vez se desvanecen los efectos del enamoramiento, los amantes empiezan a verse tal y como realmente son. "Y es entonces cuando comienza la verdadera relación de pareja, pudiendo cultivar un amor sano, nutritivo y duradero", señala este experto. En este punto del camino es donde se pone de manifiesto el auténtico compromiso de la pareja.
A menos que cada uno de los dos amantes se responsabilice de ser feliz por sí mismo, la relación puede convertirse en un campo de batalla. De hecho, "muchas parejas terminan encerrando su amor en la cárcel de la dependencia emocional, creyendo erróneamente que el otro es la única fuente de su felicidad", apunta Riso. "Es entonces cuando aparecen en escena el apego (creer que sin el otro no se puede vivir), los celos (tener miedo de perder al compañero sentimental), la posesividad (tratar al otro como si nos perteneciera) y el rencor, que nos lleva a sentir rabia e incluso odio hacia nuestra pareja, creyendo que es la causa de nuestro malestar.
Y por si fuera poco, se sabe que cada conflicto que mantenemos con nuestra pareja deja heridas en nuestra mente y en nuestro corazón. Además, "con el tiempo, nuestro cerebro va tejiendo una red neuronal en la que se archivan todos esos desagradables episodios de violencia psicológica", señala este experto. Esta es la razón por la que a veces, cuando la relación está muy deteriorada, basta un simple comentario para que iniciemos una nueva y desagradable discusión. Lo cierto es que Riso ha trabajado con parejas que, más allá de separarse, han terminado literalmente destruyéndose.
Lo curioso es que una buena parte de estas separaciones se producen en septiembre, justo después de las vacaciones. "Es cierto que la rutina laboral y conyugal devora día tras día cualquier posibilidad de nutrir el amor en la pareja, pero también lo es que esa misma rutina les mantiene ocupados y distraídos", explica este abogado matrimonialista.
Por eso, cuando los amantes conviven de forma intensiva durante varias semanas seguidas, "es el momento en el que pueden acabar reconociendo que ya no se soportan más". Es entonces cuando la separación puede convertirse en un proceso alquímico, transformando el amor en odio.
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