Coyunturas políticas
Rafael Solano
Los vericuetos de la libertad de expresión
De manera coincidente, a mediados de la semana anterior se suscitó una polémica generada por un comentario de Miguel Ángel Granados Chapa en su columna de Reforma y la respuesta que da el vocero del gobierno estatal, que tuvo que ser pagada porque en el periódico que se imprime en la capital del país no se admiten réplicas extensas.
Lo que se puede destacar, en el primer caso, es que hay un excesivo protagonismo de algunos reporteros y columnistas, ya que hasta donde se advierte, no hay una violencia sistemática contra los periodistas aunque sí en muchas ocasiones se han dado escaramuzas porque los combativos compañeros del gremio consideran que se debe lanzar golpes contra los policías antimotines que resguardan oficinas y/o eventos públicos.
Los crímenes suscitados en este año, hasta donde se advierte, no tuvieron que ver con la actividad desarrollada; incluso, una ligera revisión a la intencionalidad de la información que manejaban los agraviados concluiría en que no hacían daño a nadie.
En el segundo caso, hay un periodista que escribe, analiza, sopesa, hurga e infiere culpabilidades desde su oficina de la ciudad de México; al responderle que no tiene evidencias de sus afirmaciones, que no puede demostrar ninguno de los supuestos y que su fuente de información es limitada, opta por fingir que no llegó la puntualización. Es obvio que se enfrentó a una difícil situación: a nadie le gusta que se le tilde de ignorante o de hacer análisis sesgados.
Aunque para algunas organizaciones de periodistas es necesario (casi) utilizar chalecos antibalas, lo cierto es que en la entidad se deja ejercer, por parte de las diversas autoridades, la libertad de expresión o el derecho a informar y opinar.
Sin embargo, en el lado contrario, hay quienes demandan el respeto irrestricto a este derecho pero no lo concedan a quienes critican. Es decir, el derecho de réplica no existe; cuando se permite que el agraviado responda, refunden esa contestación a las últimas páginas que nadie lee.
Un ejemplo típico: en El Sur recientemente se publicó una especie de artículo en donde se criticó la manera de organizar y cómo se desarrolló un encuentro de escritores en Acapulco; según Jeremías Marquines, ex colaborador de ese medio, se remitió la oportuna respuesta a la diatriba pero no se publicó; intuye que eso pasó porque en ese periódico se vive una simulación, no se practica lo que se predica e impera el rencor y el resentimiento (es una lástima no poderlo publicar aquí).
En esa lógica, que se dé credibilidad a la andanada de descalificaciones de parte del senador David Jiménez Rumbo, que atiende lo que le dicen sus buenas y confiables fuentes, es porque el director de ese periódico comparte al misma manera de ver el mundo y también hace caso a las versiones subrepticias, que nunca puede confirmar.
Rafael Solano
Los vericuetos de la libertad de expresión
De manera coincidente, a mediados de la semana anterior se suscitó una polémica generada por un comentario de Miguel Ángel Granados Chapa en su columna de Reforma y la respuesta que da el vocero del gobierno estatal, que tuvo que ser pagada porque en el periódico que se imprime en la capital del país no se admiten réplicas extensas.
Lo que se puede destacar, en el primer caso, es que hay un excesivo protagonismo de algunos reporteros y columnistas, ya que hasta donde se advierte, no hay una violencia sistemática contra los periodistas aunque sí en muchas ocasiones se han dado escaramuzas porque los combativos compañeros del gremio consideran que se debe lanzar golpes contra los policías antimotines que resguardan oficinas y/o eventos públicos.
Los crímenes suscitados en este año, hasta donde se advierte, no tuvieron que ver con la actividad desarrollada; incluso, una ligera revisión a la intencionalidad de la información que manejaban los agraviados concluiría en que no hacían daño a nadie.
En el segundo caso, hay un periodista que escribe, analiza, sopesa, hurga e infiere culpabilidades desde su oficina de la ciudad de México; al responderle que no tiene evidencias de sus afirmaciones, que no puede demostrar ninguno de los supuestos y que su fuente de información es limitada, opta por fingir que no llegó la puntualización. Es obvio que se enfrentó a una difícil situación: a nadie le gusta que se le tilde de ignorante o de hacer análisis sesgados.
Aunque para algunas organizaciones de periodistas es necesario (casi) utilizar chalecos antibalas, lo cierto es que en la entidad se deja ejercer, por parte de las diversas autoridades, la libertad de expresión o el derecho a informar y opinar.
Sin embargo, en el lado contrario, hay quienes demandan el respeto irrestricto a este derecho pero no lo concedan a quienes critican. Es decir, el derecho de réplica no existe; cuando se permite que el agraviado responda, refunden esa contestación a las últimas páginas que nadie lee.
Un ejemplo típico: en El Sur recientemente se publicó una especie de artículo en donde se criticó la manera de organizar y cómo se desarrolló un encuentro de escritores en Acapulco; según Jeremías Marquines, ex colaborador de ese medio, se remitió la oportuna respuesta a la diatriba pero no se publicó; intuye que eso pasó porque en ese periódico se vive una simulación, no se practica lo que se predica e impera el rencor y el resentimiento (es una lástima no poderlo publicar aquí).
En esa lógica, que se dé credibilidad a la andanada de descalificaciones de parte del senador David Jiménez Rumbo, que atiende lo que le dicen sus buenas y confiables fuentes, es porque el director de ese periódico comparte al misma manera de ver el mundo y también hace caso a las versiones subrepticias, que nunca puede confirmar.
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