Rubén Moreira Valdez
El amor en los tiempos del PAN
“El derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos”: Immanuel Kant
Tal vez el cardenal Sandoval Íñiguez no lo sabe, pero el 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. A partir de ese momento, media centena de países se ha sumado a festejar, cada 17 de mayo, el Día Internacional de Lucha contra la Homofobia.
Este acontecimiento marcó el primer paso contra la discriminación médica, política, moral y jurídica, que estuvo presente durante siglos en las sociedades de prácticamente todos los rincones del planeta. En donde no terminó el fanatismo, fue en la mente del señor Sandoval, para quien, en el pueblo de Dios, no hay lugar para los homosexuales.
Pese que se han desvirtuado los argumentos que colocaban a la homosexualidad como “enfermedad mental”, en pleno siglo XXI hay cerca de setenta países de Asia, África y Sudamérica que la penalizan e incluso la castigan con la muerte, como es el caso de algunas naciones musulmanas. En estos lugares, el señor Sandoval se la pasaría de lo lindo.
El 21 de diciembre de 2009, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó el matrimonio entre homosexuales y eliminó los candados que impedían a estas parejas adoptar hijos, convirtiendo a México en el primer país de América Latina en permitirlo. En Coahuila desde hace varios años las uniones entre personas del mismo sexo están consignadas como actos de estado civil; por cierto, en esa entidad norteña no se generó la controversia que hoy se vive en la capital mexicana.
El reconocimiento del matrimonio gay provocó de inmediato la reacción de la Iglesia católica: calificó de “destructivas e inmorales” las leyes que permiten cualquier unión entre personas del mismo sexo y calificó como “instrumentos del maligno” a quienes se sumen a su aprobación. En ese clima, el imprudente señor Sandoval soltó una andanada de improperios más acordes con un “porro” que con un siervo de la Iglesia universal.
En un Estado democrático, se espera que una actitud radical basada en preceptos religiosos no influya en la postura institucional de un gobierno electo bajo los principios de la democracia. Sin embargo, el gobierno federal, a través de la controversia constitucional presentada por la Procuraduría General de la República, mostró una postura medieval y provocadora, argumentando que las reformas aprobadas por los legisladores capitalinos “no cumplen con el principio de legalidad al no haber tomado en cuenta la supremacía del interés superior del niño, colocado por encima de cualquier otro derecho”.
Al respecto, el presidente Calderón declaró que la Constitución mexicana establece que el matrimonio sólo es entre hombre y mujer, olvidando que la ley fundamental sobre la cual juró proteger los intereses de la nación, prohíbe la discriminación motivada por razones de origen étnico, género, edad, discapacidad, estrato social, condiciones de salud, religión, opinión, preferencias, estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.
En medio de estos debates, y ante la protesta generalizada de grupos organizados de la sociedad civil, el presidente Calderón decidió instituir en México el Día Nacional contra la Homofobia. Sin embargo, en un acto de censura lo proclamó Día Nacional de la Tolerancia y el Respeto a las Preferencias, denominación que no constituye una muestra de respeto —como quiso hacer creer— sino una notoria discriminación, incluso conceptual, a quienes tienen el mismo derecho que cualquier otro ciudadano.
El presidente Calderón pierde de vista que el nacimiento del término “homofobia” —aparecido en 1972 en el libro Society and the Healthy Homosexual, de George Weinberg— representa un acicate social que revela la imperiosa necesidad de abatir la discriminación de personas sobre la base de su amor.
Finalmente, la Suprema Corte de Justicia de la Nación avaló la constitucionalidad del matrimonio entre personas del mismo sexo, declarando que tendrá validez en todos los estados de la República y, además, resolvió que no hay un impedimento constitucional para que estas parejas, si cumplen con los requisitos legales, puedan adoptar.
La resolución provocó una nueva sarta de tonterías e imputaciones falsas. El autor de ellas, nuevamente el señor Sandoval.
México es un país con profundas raíces religiosas. No obstante, también es una nación que aspira a una mejor democracia. De ahí que el respeto a la libre determinación sea parte fundamental del engranaje que nos impulsa a alcanzar ese objetivo. Las leyes que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho a la adopción, no agravian a la familia; el agravio se presenta cuando “porros” lanzan de forma irresponsable, anatemas o descalificaciones contra personas e instituciones.
Seguro que el señor cardenal se va a ir al cielo y, junto con el señor Maciel, disfrutarán de la eternidad rodeados de “ángelos y ángelas”.
Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados
El amor en los tiempos del PAN
“El derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos”: Immanuel Kant
Tal vez el cardenal Sandoval Íñiguez no lo sabe, pero el 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. A partir de ese momento, media centena de países se ha sumado a festejar, cada 17 de mayo, el Día Internacional de Lucha contra la Homofobia.
Este acontecimiento marcó el primer paso contra la discriminación médica, política, moral y jurídica, que estuvo presente durante siglos en las sociedades de prácticamente todos los rincones del planeta. En donde no terminó el fanatismo, fue en la mente del señor Sandoval, para quien, en el pueblo de Dios, no hay lugar para los homosexuales.
Pese que se han desvirtuado los argumentos que colocaban a la homosexualidad como “enfermedad mental”, en pleno siglo XXI hay cerca de setenta países de Asia, África y Sudamérica que la penalizan e incluso la castigan con la muerte, como es el caso de algunas naciones musulmanas. En estos lugares, el señor Sandoval se la pasaría de lo lindo.
El 21 de diciembre de 2009, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó el matrimonio entre homosexuales y eliminó los candados que impedían a estas parejas adoptar hijos, convirtiendo a México en el primer país de América Latina en permitirlo. En Coahuila desde hace varios años las uniones entre personas del mismo sexo están consignadas como actos de estado civil; por cierto, en esa entidad norteña no se generó la controversia que hoy se vive en la capital mexicana.
El reconocimiento del matrimonio gay provocó de inmediato la reacción de la Iglesia católica: calificó de “destructivas e inmorales” las leyes que permiten cualquier unión entre personas del mismo sexo y calificó como “instrumentos del maligno” a quienes se sumen a su aprobación. En ese clima, el imprudente señor Sandoval soltó una andanada de improperios más acordes con un “porro” que con un siervo de la Iglesia universal.
En un Estado democrático, se espera que una actitud radical basada en preceptos religiosos no influya en la postura institucional de un gobierno electo bajo los principios de la democracia. Sin embargo, el gobierno federal, a través de la controversia constitucional presentada por la Procuraduría General de la República, mostró una postura medieval y provocadora, argumentando que las reformas aprobadas por los legisladores capitalinos “no cumplen con el principio de legalidad al no haber tomado en cuenta la supremacía del interés superior del niño, colocado por encima de cualquier otro derecho”.
Al respecto, el presidente Calderón declaró que la Constitución mexicana establece que el matrimonio sólo es entre hombre y mujer, olvidando que la ley fundamental sobre la cual juró proteger los intereses de la nación, prohíbe la discriminación motivada por razones de origen étnico, género, edad, discapacidad, estrato social, condiciones de salud, religión, opinión, preferencias, estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.
En medio de estos debates, y ante la protesta generalizada de grupos organizados de la sociedad civil, el presidente Calderón decidió instituir en México el Día Nacional contra la Homofobia. Sin embargo, en un acto de censura lo proclamó Día Nacional de la Tolerancia y el Respeto a las Preferencias, denominación que no constituye una muestra de respeto —como quiso hacer creer— sino una notoria discriminación, incluso conceptual, a quienes tienen el mismo derecho que cualquier otro ciudadano.
El presidente Calderón pierde de vista que el nacimiento del término “homofobia” —aparecido en 1972 en el libro Society and the Healthy Homosexual, de George Weinberg— representa un acicate social que revela la imperiosa necesidad de abatir la discriminación de personas sobre la base de su amor.
Finalmente, la Suprema Corte de Justicia de la Nación avaló la constitucionalidad del matrimonio entre personas del mismo sexo, declarando que tendrá validez en todos los estados de la República y, además, resolvió que no hay un impedimento constitucional para que estas parejas, si cumplen con los requisitos legales, puedan adoptar.
La resolución provocó una nueva sarta de tonterías e imputaciones falsas. El autor de ellas, nuevamente el señor Sandoval.
México es un país con profundas raíces religiosas. No obstante, también es una nación que aspira a una mejor democracia. De ahí que el respeto a la libre determinación sea parte fundamental del engranaje que nos impulsa a alcanzar ese objetivo. Las leyes que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho a la adopción, no agravian a la familia; el agravio se presenta cuando “porros” lanzan de forma irresponsable, anatemas o descalificaciones contra personas e instituciones.
Seguro que el señor cardenal se va a ir al cielo y, junto con el señor Maciel, disfrutarán de la eternidad rodeados de “ángelos y ángelas”.
Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados
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