Iglesia en el Infierno
Hermann Bellinghausen
Llama la atención la beligerancia soez de algunos jerarcas de la Iglesia católica. Claro, lo hacen para llamar la atención. Pero sorprende que lo hagan precisamente ahora, cuando el horno no está para bollos, y en particular la institución católica no las trae consigo. Su prestigio” y “autoridad moral”, dos atributos que encantan a los prelados, andan volando más bajo que nunca desde que la corona española los trajo a estas tierras. ¿Qué les da valor? ¿O acaso los señores Juan Sandoval Íñiguez, Onésimo Cepeda y similares aprovechan la descomposición del sistema político y de las relaciones sociales para “decir lo que piensan” y provocar a la sociedad con descaro ultraconservador? Como si ellos no participaran en la descomposición del régimen.
El performance del cardenal Sandoval Íñiguez contra los “maricones” y la Suprema Corte de Justicia no sólo les dio bola mediática a él y a la agenda neoliberal-progre del precandidato Marcelo Ebrard. También reveló de qué están hechos los jerarcas eclesiásticos, a tantos años luz de los avances contemporáneos en materia de libre albedrío, tolerancia, igualdad ante la ley y derechos humanos. Y esto, en un país que solía tener una sana separación del Estado y la Iglesia, como fruto de esas luchas del pueblo que el actual gobierno católico es incapaz de celebrar. Por eso nos hablan más de don Porfirio que de don Emiliano.
Es la misma jerarquía que defendió mientras pudo la probidad canonizable de Marcial Maciel (de santo a El Vampiro de Cotija), o calló cómplice, encubridora, y hoy se hace como que la Virgen le habla cuando la cuestionan sobre curas pederastas. El estuche de Maciel fue muy completo: finanzas ilegales, falsificaciones con consecuencias biológicas, violación sistemática de sus votos religiosos, drogadicción, prácticas sexuales indecibles. Y estupendo networking. Todo, con base en un sistema pedagógico y militar (“legión”) de silencio y obediencia ciega, muy a tono con el oscurantismo histórico.
Una Iglesia a la medida del Estado panista, con el cual mantiene relaciones tan estrechas que se antojan, ¡oh!, promiscuas. El método de los Legionarios de Cristo educó a cuadros del calderonismo, de su antecesor el foxismo, del futurizable equipo de Enrique Peña Nieto, y al núcleo duro de banqueros y magnates mediáticos. Nadie más macielista que la ex primera dama Martha Sahagún.
La unión va más allá de lo educativo. Esa Iglesia es uña y mugre con el mundo de los negocios. Su grey reúne a grandes empresarios, jefazos financieros, poderosos abogados, fundaciones filantrópicas que sirven a los ricos para no pagar impuestos y cargárselos a la gente. Los obispos, impunes como los funcionarios, se creen impermeables al escándalo, mientras se benefician de la inmensa riqueza que generan los pobres.
El cardenal de Guadalajara no en balde es considerado protogobernador de Jalisco, toda vez que su pupilo el gobernador panista Emilio González Márquez lo obedece más allá del confesionario, algo que la ley todavía prohíbe. Por su parte, el picaresco obispo Cepeda acostumbra hacer gala de su rango empresarial, sus banquetes, partidas de golf, aficiones taurinas y desplantes de millonario. Buen aliado del salinismo (y hoy del peñanietismo), ha sido acusado de fraude y robo. Este príncipe de la Iglesia reina en Ecatepec, una diócesis mayoritariamente proletaria víctima de corrupción, violencia, explotación, desigualdad. Viene bien la estampa barroca que pone juntos el oro y el excremento.
Por supuesto hay otra iglesia católica, que no anida en las grandes residencias, no solapa la pudrición, no miente ni provoca, no recurre a lenguajes ofensivos, sino se compromete con la liberación de los oprimidos. Millones de creyentes se identifican con esta “opción”. Por desgracia, pocos obispos son como Bartolomé Carrasco, Raúl Vera o Samuel Ruiz, y ninguno de éstos llega a arzobispo, ya no digamos cardenal.
Cuando el dominico Frei Betto dice que ninguna fuerza progresista de América Latina es atea o antirreligiosa, alude a estos católicos que de hecho desafían al capitalismo y la derecha continental (ver http://desinformemonos.org, septiembre, entrevista de Joana Moncau). Los jerarcas católicos que hoy padecemos en México pertenecen a la estirpe de cardenales y obispos golpistas que apoyaron las dictaduras en Centro y Sudamérica. Comparten la misma inspiración falangista y fascista. No podemos confiar en ellos.
El Estado laico le parece “una jalada” al obispo Cepeda, que de limosnas vive. Muy oportunos los prelados al aprovechar estas fechas de centenarios para aliviarse del vientre en nuestra historia, que es la de la gente, el pueblo que con su sangre y esfuerzo crea a diario un país donde la Iglesia vaticana ha recuperado sus cotos de poder. Donde sus socios políticos y empresariales saquean a su antojo, con la bendición de Dios y el secreto institucional, la riqueza material y espiritual de mexicanos mucho mejores que ellos.
Hermann Bellinghausen
Llama la atención la beligerancia soez de algunos jerarcas de la Iglesia católica. Claro, lo hacen para llamar la atención. Pero sorprende que lo hagan precisamente ahora, cuando el horno no está para bollos, y en particular la institución católica no las trae consigo. Su prestigio” y “autoridad moral”, dos atributos que encantan a los prelados, andan volando más bajo que nunca desde que la corona española los trajo a estas tierras. ¿Qué les da valor? ¿O acaso los señores Juan Sandoval Íñiguez, Onésimo Cepeda y similares aprovechan la descomposición del sistema político y de las relaciones sociales para “decir lo que piensan” y provocar a la sociedad con descaro ultraconservador? Como si ellos no participaran en la descomposición del régimen.
El performance del cardenal Sandoval Íñiguez contra los “maricones” y la Suprema Corte de Justicia no sólo les dio bola mediática a él y a la agenda neoliberal-progre del precandidato Marcelo Ebrard. También reveló de qué están hechos los jerarcas eclesiásticos, a tantos años luz de los avances contemporáneos en materia de libre albedrío, tolerancia, igualdad ante la ley y derechos humanos. Y esto, en un país que solía tener una sana separación del Estado y la Iglesia, como fruto de esas luchas del pueblo que el actual gobierno católico es incapaz de celebrar. Por eso nos hablan más de don Porfirio que de don Emiliano.
Es la misma jerarquía que defendió mientras pudo la probidad canonizable de Marcial Maciel (de santo a El Vampiro de Cotija), o calló cómplice, encubridora, y hoy se hace como que la Virgen le habla cuando la cuestionan sobre curas pederastas. El estuche de Maciel fue muy completo: finanzas ilegales, falsificaciones con consecuencias biológicas, violación sistemática de sus votos religiosos, drogadicción, prácticas sexuales indecibles. Y estupendo networking. Todo, con base en un sistema pedagógico y militar (“legión”) de silencio y obediencia ciega, muy a tono con el oscurantismo histórico.
Una Iglesia a la medida del Estado panista, con el cual mantiene relaciones tan estrechas que se antojan, ¡oh!, promiscuas. El método de los Legionarios de Cristo educó a cuadros del calderonismo, de su antecesor el foxismo, del futurizable equipo de Enrique Peña Nieto, y al núcleo duro de banqueros y magnates mediáticos. Nadie más macielista que la ex primera dama Martha Sahagún.
La unión va más allá de lo educativo. Esa Iglesia es uña y mugre con el mundo de los negocios. Su grey reúne a grandes empresarios, jefazos financieros, poderosos abogados, fundaciones filantrópicas que sirven a los ricos para no pagar impuestos y cargárselos a la gente. Los obispos, impunes como los funcionarios, se creen impermeables al escándalo, mientras se benefician de la inmensa riqueza que generan los pobres.
El cardenal de Guadalajara no en balde es considerado protogobernador de Jalisco, toda vez que su pupilo el gobernador panista Emilio González Márquez lo obedece más allá del confesionario, algo que la ley todavía prohíbe. Por su parte, el picaresco obispo Cepeda acostumbra hacer gala de su rango empresarial, sus banquetes, partidas de golf, aficiones taurinas y desplantes de millonario. Buen aliado del salinismo (y hoy del peñanietismo), ha sido acusado de fraude y robo. Este príncipe de la Iglesia reina en Ecatepec, una diócesis mayoritariamente proletaria víctima de corrupción, violencia, explotación, desigualdad. Viene bien la estampa barroca que pone juntos el oro y el excremento.
Por supuesto hay otra iglesia católica, que no anida en las grandes residencias, no solapa la pudrición, no miente ni provoca, no recurre a lenguajes ofensivos, sino se compromete con la liberación de los oprimidos. Millones de creyentes se identifican con esta “opción”. Por desgracia, pocos obispos son como Bartolomé Carrasco, Raúl Vera o Samuel Ruiz, y ninguno de éstos llega a arzobispo, ya no digamos cardenal.
Cuando el dominico Frei Betto dice que ninguna fuerza progresista de América Latina es atea o antirreligiosa, alude a estos católicos que de hecho desafían al capitalismo y la derecha continental (ver http://desinformemonos.org, septiembre, entrevista de Joana Moncau). Los jerarcas católicos que hoy padecemos en México pertenecen a la estirpe de cardenales y obispos golpistas que apoyaron las dictaduras en Centro y Sudamérica. Comparten la misma inspiración falangista y fascista. No podemos confiar en ellos.
El Estado laico le parece “una jalada” al obispo Cepeda, que de limosnas vive. Muy oportunos los prelados al aprovechar estas fechas de centenarios para aliviarse del vientre en nuestra historia, que es la de la gente, el pueblo que con su sangre y esfuerzo crea a diario un país donde la Iglesia vaticana ha recuperado sus cotos de poder. Donde sus socios políticos y empresariales saquean a su antojo, con la bendición de Dios y el secreto institucional, la riqueza material y espiritual de mexicanos mucho mejores que ellos.
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