La cúpula universitaria siguió de manteles largos
Honoris causa para quienes abren las puertas del siglo XXI
Periódico La Jornada
Viernes 24 de septiembre de 2010, p. 4
Honoris causa, latinajo que no tiene que ver tanto con grados sino con significados académicos. Honrar a quien honor merece. Ayer, en conmemoración de su tránsito de un siglo a otro, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) otorgó birrete, toga y grado de doctor –símbolos de pertenencia a la UNAM, nada menos, nada más– a 16 pensadores que en diversas vías del conocimiento enriquecieron el siglo XX y abren puertas y construyen puentes para el XXI. Nuestro huracanado siglo.
Fue en el Palacio de Minería. Dieciséis nombres. Las piedras y las palabras. Las estrellas y las monedas. Las ideas y el cuerpo humano. Aportaciones en la ingeniería y el arte, la arqueología y la comunicación, la medicina y las letras, la sociedad y la ciencia, a las generaciones que transitan del hoy al mañana y dejan un legado de obras y tratados, edificaciones y pensamientos.
Faltaron dos togas, que si no hubieran sido 16. Carlos Monsiváis, pensador y escritor mexicano, el Monsi ajonjolí de todos los moles de la sociedad civil, el de la Portales post mother-na. Murió, por eso dejó su silla vacía. Y Simone Veil, la feminista francesa, ya octagenaria, que lleva tatuado en el brazo el número 78651, su identidad como cautiva de los nazis en Auschwitz; una de las primeras científicas occidentales abanderadas de la causa contra el sida en África, que hoy no pudo estar aquí.
La elección por el Consejo Universitario de los honoris causa para este 2010, piedra de toque de centenarios y bicentenarios, hubo de tomar en cuenta una idea que ya hace un siglo imprimió el primer rector, Justo Sierra, y hoy retoma el actual rector José Narro, en torno al compromiso de la UNAM con su tiempo y su gente.
A Grosso modo (ya que le entramos a los latinajos) se resume así: a la hora de la toma de Constantinopla, el mundo que se derrumba alrededor nuestro no sorprenderá a sus universitarios con los ojos pegados al telescopio o el microscopio, sino más bien “atentos a los asuntos que preocupan a los mexicanos”. Esto fue, en palabras de Narro, la ceremonia de ayer.
Uno por uno, los ungidos pasaron al frente para que el rector los invistiera con una especie de capita de terciopelo hasta el codo y un gorro cilíndrico adornado con cordoncillos dorados y pompones de diversos colores, vestimentas protocolarias que se han usado sin interrupción desde hace ya 800 años, costumbre heredada –dicen los que saben– de la antigua universidad de Salamanca.
El argentino Vitelmo Bertero, que inspirado por los daños provocados por el sismo en San Juan, región andina, en 1944, dedicó su conocimiento a desarrollar construcciones antisísmicas que hoy en todo el mundo “salvan vidas y protegen ciudades”.
El estadunidense Noam Chomsky, que revolucionó el campo de la lingüística clásica, según la cual el cerebro humano aprende el lenguaje casi instintivamente; militante.
Tres espléndidas mujeres creadoras del saber, desde la Mosquitía nicaragüense hasta los barrios de El Cairo, pasando, por supuesto, por la UNAM. Una, Mirna Cunningham, originaria de Waspa, en el delta de la costa atlántica nicaragüense, forjadora de un cuerpo de ideas contra el racismo, médica, educadora, ex combatiente sandinista. Dos, la egipcia audaz Nawal El Saadawi, feminista del mundo islámico, siquiatra, ex presa política, peligro público para las clases gobernantes teocráticas. Su lema: “El sueño es poder”. Tres, la filóloga mexicana Margit Frenk Freund, de origen alemán, enamorada y transmisora de las luces del Medioevo popular español.
Algunos doctorados pertenecen no sólo a la academia sino al mundo político, como el economista mexicano David Ibarra, crítico del neoliberalismo mexicano de las tres décadas pasadas, y el español Ángel Gabilondo, ministro de Educación de España, filósofo. A él le tocó el discurso protocolario.
Habló de la congruencia, del logos, el compromiso con el decir verdadero, un denominador común que se encuentra en los académicos investidos de hoy y que “no encuentro fácilmente en otros lugares”.
Además, el rector impuso el grado a la arqueóloga Linda Manzanilla, estudiosa de los orígenes de las ciudades, desde Mesopotamia hasta Teotihuacán. A Fernando Ortiz Monasterio, bisturí creador de un semillero de cirujanos plásticos universales. A José Emilio Pacheco, puente para que los jóvenes de hoy transiten hacia la poesía y la literatura. Al astrofísico Luis Felipe Rodríguez Jorge, hombre que se relaciona, de tú a tú, con las estrellas de la Vía Láctea.
Federico Silva, un cincel que moldea la piedra volcánica e incursiona con la tecnología de punta para dominar el espacio. Mario Vargas Llosa, el peruano que ha arrojado a millones a la fascinación por la lectura desde los 60 (La ciudad y los perros) hasta best sellers de los años recientes que no necesitan presentación.
El filósofo Ramón Xirau, republicano y catalán, que merecía hace décadas este doctorado, calificado por Octavio Paz de “hombre puente”, puerta de entrada de muchos jóvenes a las artes de Sofía.
Fin de la ceremonia. La orquesta y el coro de cámara de la Escuela Nacional de Música entonan el himno Gaudeamos igintur. Suena solemne pero no lo es. Es el equivalente al “gooooyaa” del desmadre universitario universal (valga la redundancia) que entonaban, inspirados por muchos tarros de cerveza, los estudiantes de la sociedad del conocimiento en la Alemania medieval: “Alegrémonos, pues, mientras seamos jóvenes. Tras la divertida juventud, tras la molesta senectud, nos recibirá la tierra”.
La cúpula universitaria siguió de manteles largos. Banquete en la antigua Facultad de Medicina, en Santo Domingo. En CU, las prepas y cchs, los institutos y demás centros del saber puma, mientras tanto, para la infantería de la comunidad universitaria hubo clases, horarios, exámenes, chequeo de tarjetas, calificaciones, rutina. El cumpleaños centenario lo celebran otros
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