Editorial EL UNIVERSAL
Debatir ideas, no adjetivos
Conforme se van perfilando los escenarios partidistas para las elecciones estatales de este año, la clase política tiende a polarizarse, a replegarse en sus trincheras, a endurecer el discurso y, en suma, a priorizar sus estrategias electorales por sobre el interés general del país. Esto, que es consustancial a la contienda política en cualquier país, podría convertirse en un lastre para la marcha de México durante los próximos dos años. Un tiempo precioso que la ciudadanía no está dispuesta a esperar para que haya consensos en temas vitales como las reformas estructurales.
Se entiende la necesidad del debate, de la confrontación de ideas, pero hay una gran diferencia entre convicción y cerrazón, entre crítica y descalificación. Las políticas públicas de los tres niveles de gobierno deben ser sometidas a escrutinio y evaluación seria, puntual, sin apasionamientos electorales. En el Congreso deben debatirse los proyectos de nación de cada fuerza ahí representada. Sin embargo, no se debe olvidar que la política también es el arte del diálogo y el consenso. Consensuar no es claudicar, no es rendirse, sino reconocer que aun en la diferencia hay coincidencias; que no son sanos los debates del todo o nada.
Es legítimo que los partidos políticos piensen ya en las elecciones presidenciales que vienen y hasta en las del 2012, pero no al costo de detener la marcha del país y denostar a los adversarios con tal de ganar votos. Eso no es tener visión de Estado, sino intereses de corto plazo.
Será más útil que cada uno de los integrantes de la clase política explique, de cara a la nación, qué de cada reforma le parece útil y qué no. Qué les gusta o disgusta de la reforma del Estado; dónde tienen afinidades y diferencias en materia laboral o energética, por ejemplo. Se esperaría de ellos una descripción detallada de cómo readecuarían la política de seguridad pública o cuáles son sus claves para generar empleos; pero a detalle, no sólo con anecdóticos o ingeniosos discursos de gran efecto mediático, pero de poca profundidad ideológica.
Si desde ahora, a año y medio de las elecciones presidenciales, la clase política renuncia a la mesura y a las propuestas, evidenciará que lo único que le interesa es el poder y no lo que puede hacer con él en beneficio de todos, incluidos ella misma.
Entonces, no demos por perdidos los dos años que restan previos al 2012. En todo caso, si sólo les interesa a los políticos llegar al poder, han de darse cuenta que descalificar al rival es la peor estrategia para ganar el favor de la gente.
Si se trata de ganar la preferencia electoral de los ciudadanos, que sea mediante un duelo de ideas y no de pobres adjetivos calificativos que jamás honrarán a quien los pronuncia. Elevemos el nivel del debate
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