sábado, 30 de abril de 2011

Opinión
Ausencia femenina en el gobierno de Dios
Sylvia Sáyago*
  • Cristo no es un discriminador. Lo son sus representantes que manipulan la palabra del Señor para eternizarse en el poder.
Dios gobierna como el más autoritario de los padres sobre las 600 millones de mujeres católicas que hay en el mundo, según cifras del Anuario Pontificio 2011. A través de sus representantes en la tierra, no las consulta sobre anticoncepción, aborto, divorcio o eutanasia, ni mucho menos les permite opinar respecto a las interpretaciones de la palabra de Cristo, la Biblia o la fe; es decir, no les concede ninguna, pero ninguna representatividad en su gobierno.
Para este Padre Todopoderoso, la posición de las mujeres en la Iglesia católica se limita a ser, en primer lugar, la sólida base de la estructura piramidal de su gobierno, en el cual las limosnas no son nada despreciables.
Además debe limpiar los templos y atender como madres amorosas a los curas, -mano de obra abnegada y gratuita-. Si ya de plano quieren estar más cerca de Dios, tienen la posibilidad de tomar los hábitos, pero de ahí no van a pasar.
Y no es que el omnipresente Dios sea ciego y no se vea que la mitad de los mil 181 millones de católicos en el mundo son mujeres, o que sea sordo y no escuche a las tantas mujeres que desean escalar la pirámide para estar más cerca de él. No, creo que lo pasa es que Dios es mudo y no logra comunicarse con sus representantes en la tierra para que interpreten correctamente sus enseñanzas en el sentido de que Jesús quería una comunidad de discípulos iguales.
Cristo no es un discriminador. Lo son sus representantes que manipulan la palabra del Señor para eternizarse en el poder y en el gobierno de la iglesia católica.
Aceptan que las mujeres difundan la palabra de Dios, objetivo central de la iglesia, pero no les permiten celebrar ningún sacramento como oficiar misa. Según el canon 1378 del Derecho Canónico, se considera como “delito grave” el que una persona habilite a una mujer para celebrar misa u otras tareas pastorales. El Vaticano que no ve esta falta de paridad en el gobierno de Dios como un asunto democrático o meramente político, justifica que el ministerio sacerdotal procede de Cristo y está reservado a los varones quienes son los únicos que pueden acceder a este sacramento; es decir el gobierno de Cristo no lo ejercen los hombres, sino el sacramento y como Cristo es quien preside el sacramento, pues es él quien gobierna a través de la celebración de los sacramentos.
Su Santidad Benedicto XVI, al responder en una entrevista con medios alemanes sobre la participación de la mujer en la Iglesia dijo que “no hay que pensar que en la Iglesia la única posibilidad de desempeñar un papel importante es la de sacerdote”. A continuación enumeró las muchas aportaciones que han hecho Santas, Beatas, monjas y feligresas durante los 21 siglos de catolicismo y terminó afirmando que según el derecho canónico, a la facultad de tomar decisiones jurídicamente vinculantes, va unida el Orden Sagrado, es decir, a las reglas que Cristo marcó, mismas que nadie dentro de la jerarquía eclesiástica puede o quiere cambiar.
Resultaría ocioso enumerar el papel que la Iglesia ha venido asignando a la mujer desde siempre. Baste decir que es el mismo que cualquier poder político le ha dado: el de un ser de segunda que necesita ser gobernado y en el cual ellas solo tienen que aceptar y callar.
A este “poder espiritual androcéntrico” no le conviene que sus ovejas compartan la misma mesa y, por supuesto, que tengan que convidarles con los “ricos” manjares que ahí se sirven. Si el Papa Benedicto XVI pidió perdón a las víctimas de la pederastía cometida por curas después de años en que la Iglesia no solo lo negó, sino que protegió a sus pederastas; si reconoció la omisión del Vaticano en el holocausto contra los judíos en la Alemania nazi, ¿por qué no la Iglesia Católica reconoce su actitud discriminatoria contra las mujeres, se disculpa y hace los concilios que sean necesario para modernizarse aceptando que las mujeres son más del 50% de su fuerza y requieren de espacios, en lugar de sostener con argumentos anacrónicos su decadente gobierno?
Sólo entonces la Iglesia Católica renacerá y evitará que ellas lleven su espiritualidad a otras religiones en donde Cristo si es justo. De otra manera quedará como lo que es actualmente: un poder político y económico, que no espiritual, al cual muchos millones de sus feligreses siguen accediendo por tradición familiar o social, pero para quienes después del festejo se olvidan de Dios.
Sylvia Sáyago*

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