OTRO PAÍS
El Sur
El gobernador y su hermano el vicegobernador
Tomás Tenorio Galindo
Algún sedimento de pudor indujo al gobernador Ángel Aguirre Rivero a tratar de ocultar el vengonzoso nombramiento de su hermano Carlos Mateo Aguirre Rivero como coordinador general del Ejecutivo, es decir, como su segundo de a bordo. Esa maniobra se confirma por el hecho de que en el boletín de prensa emitido el 4 de abril por el gobierno, en el que se informa de la toma de protesta a todos los funcionarios, apareció el nombre de “Carlos Aguirre, asesor general”, oculto o perdido entre una docena de nombres. Días más tarde, en el directorio del gobierno en la página oficial de Internet, la humilde categoría de “asesor general” adquirió ya el rango inequívoco de “Coordinador General del Ejecutivo Estatal”, y a “Carlos Aguirre” le fueron añadidos su otro nombre y su otro apellido. Para tratar de mantener la penumbra y dar la apariencia de que es uno más, en esta lista de funcionarios el nombre de Carlos Mateo Aguirre fue situado debajo de otros 19, que en la realidad política y en los hechos están bajo sus órdenes.
Pero el ocultamiento de esa designación parece haber alcanzado a medias su objetivo, pues si bien el nombre del hermano del gobernador apenas se susurra en los medios de información, brotó agresivamente a propósito del conflicto originado por la reacción del secretario de Salud debido a la imposición de funcionarios. (“Critica ONG que Ángel Aguirre entregue cargos a sus familiares”, La Jornada Guerrero, 21 de abril de 2011.)
Por razones incomprensibles, o quizá porque no conoce otra forma de comportamiento, Ángel Aguirre parece querer repetir el sistema de control que aplicó durante su interinato entre 1996 y 1999. En aquellas fechas –y para mayor comprensión recuérdese que él era priísta y eran los tiempos del PRI– se dio vuelo con los nombramientos de integrantes de su familia en el gobierno. Su primo Mateo Aguirre Arizmendi fue designado subsecretario de Fomento Ganadero, de donde tuvo que salir tras el aluvión de críticas, entre ellas las del PRD, y asumió el cargo no menos importante de delegado federal de la Secretaría de Agricultura y Ganadería. Y su hermano Carlos Mateo fue “el hombre con mayor influencia en la determinación de contratos para obra pública, prolífico constructor y prominente criador de ganado suizo europeo de registro”, actividad esta última en la que más se ha destacado y por la que obtuvo un premio nacional en el 2009. (“Los Aguirre, una familia de ganaderos que se codea con los grandes del país”, El Sur, 18 de mayo de 1998).
No sólo por esos antecedentes, sino por un principio insoslayable de moral pública e higiene institucional, el hermano del gobernador no debe ocupar ese puesto. Con mayor razón si el gobierno de Aguirre reclama la etiqueta de “izquierda”, que se supone está identificada con el honrado ejercicio del poder. Con esa designación Ángel Aguirre incurre en un insano acto de nepotismo y en una torpeza política que despierta suspicacia y seguramente tendrá consecuencias serias. Las tiene ya, pues la intervención de Mateo Aguirre agudizó el conflicto entre el gobernador Aguirre y sus secretarios de Salud, Lázaro Mazón Alonso, y de Desarrollo Social, David Jiménez Rumbo. La confrontación originada en la disputa por los cargos en esas secretarías dio lugar a una declaración del gobernador contra el perredismo. Esa declaración, que abomina de la incorporación de los perredistas a su gobierno, no podrá ser borrada y trasciende el choque de Aguirre Rivero con sus colaboradores. Revela un estado de ánimo contrario a las declaraciones de amor al PRD que el ahora gobernador repartió profusamente en agosto del año pasado, cuando buscaba ser candidato de la coalición de izquierda. El conflicto con Mazón y Jiménez Rumbo fue superado, al menos por el momento, pero esa confrontación dejó sembrada una discordia más profunda, pues Aguirre ofendió a los perredistas como solía hacerlo Zeferino Torreblanca.
Según las informaciones difundidas por su equipo, Lázaro Mazón no toleró que Carlos Mateo Aguirre pretendiera quitar a un subsecretario de la Secretaría de Salud para colocar a uno de sus amigos, lo que dio lugar al choque con el hermano del gobernador (representado en el sainete por el secretario de Finanzas, Jorge Salgado Leyva), aunque ahora sabemos que en realidad la confrontación fue con el gobernador mismo (pues dudosamente el coordinador general del Ejecutivo se manda solo). Tampoco David Jiménez Rumbo aceptó recibir el mismo trato en la Secretaría de Desarrollo Social, e hizo estallar el conflicto. Pero después de que al secretario de Gobierno, Humberto Salgado Gómez, le llevó cinco horas contener la renuncia de Lázaro Mazón, Aguirre Rivero parece haber perdido la paciencia y optado por el manotazo ejemplarizante para responder a su amigo Jiménez Rumbo. De ahí su advertencia: se puede ir cuando quiera, y si no se va yo mismo podría correrlo. Advertencia dirigida también a Mazón, a quien le fue concedido respetar el nombramiento que había hecho a condición de evaluar al funcionario (¿y despedirlo silenciosamente más tarde?).
A Ángel Aguirre le produce incomodidad ceder espacios de gobierno a dirigentes e integrantes del perredismo, a pesar de que esa cesión fue pactada y le dio sustento a su postulación por la alianza encabezada por el PRD. Lo dijo él mismo con mucha nitidez, cuando enfatizó que a su gabinete invitó a personas, no a corrientes ni a seguidores de líderes de corrientes. Es decir, a Lázaro Mazón y a David Jiménez, “no a 20, 30 o 40” de sus partidarios. Pero evidentemente ese no fue el acuerdo con el perredismo, como se lo recordó la corriente de Jiménez Rumbo y también David Molina. Este último empleó una frase que compartirán muchos en el PRD: “¿Por qué no lo dijo en la campaña?, ¿por qué lo dice hoy que ya está en el poder?”. (El Sur, 23 de abril de 2011.)
Quizás no le alcanzan los puestos a Ángel Aguirre para corresponder al apoyo que obtuvo, pero es contrastante que trate de bloquear a los perredistas, a quienes debe la gubernatura, mientras muestra complacencia ante los numerosos priístas y zeferinistas que deambulan en su gobierno. También es probable que simplemente estemos en presencia del síndrome Zeferino Torreblanca, que usó al PRD para obtener el poder y se llenó la boca de izquierda, pero gobernó con el PRI y con políticas de la derecha. No hay absolutamente nada que impida a Ángel Aguirre hacer lo mismo. Por eso desconoce los compromisos pactados para dar cabida a los perredistas en su gobierno y aduce haber invitado sólo a algunos líderes. Por lo demás, el cambio súbito de posturas es una práctica recurrente en él.
Raúl Suárez Martínez ha planteado otra explicación, que no excluye las anteriores, según la cual lo que el gobernador Ángel Aguirre hace es presionar a los perredistas para lograr que la fracción del PRD en el Congreso local apruebe los Programas de Pagos por Servicio, los muy cuestionados PPS, que por lo visto quiere convertir en la divisa de su gobierno. Le saldría barato al gobernador el trueque: la permanencia de Mazón y Jiménez Rumbo en el gobierno a cambio de que le dejen las manos libres (¿a Carlos Mateo?) para asignar contratos multimillonarios.
Acuérdate de Ometepec
En su visita a Ometepec el pasado día 20, Ángel Aguirre anunció para la ciudad obras de agua potable y drenaje, la construcción de un periférico (ya es difícil circular, dijo), la edificación de la casa de cultura más bonita del estado y la remodelación de sus hospitales. Eso y más merece su pueblo natal, desde luego. Por algo es gobernador.
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