viernes, 3 de mayo de 2013

Atraviesan laderas caminando hasta llegar a El Cruzco, santuario en el que matan gallinas y pelean los hombres tigre para obtener agua

Indígenas de Acatlán ofrecen sacrificios 
para atraer la lluvia

 
ARTURO DE DIOS PALMA (Corresponsal)
Chilapa, 2 de mayo. Con el sol a cuestas, los pobladores de la comunidad indígena de Acatlán salen de sus casas rumbo al cerro de El Cruzco, con el único propósito de rendir un sacrificio y ofrecer honores a la naturaleza para atraer las lluvias y tener una cosecha de maíz abundante.
Según la tradición, los pobladores llegan caminando atravesando laderas hasta alcanzar la cima de El Cruzco, una planicie que se ha convertido en un santuario para los pobladores de Acatlán.
En el cerro comienza el ritual: rezos, flores, cera, comida, copal y el sacrificio de decenas de gallinas, que después se convertirán en el alimento de los visitantes.
Igualmente, en comunidad, preparan los pobladores en grandes tambos un caldo con las mismas gallinas que fueron sacrificadas. Con este caldo deben de alimentar a los pobladores, peleadores y visitantes. Todos, sin excepción, reciben un plato de comida y un elote hervido.
Pero el clímax del ritual llega con las peleas de los hombres tigre. Acá, a diferencia de cómo lo llevan a cabo en Zitlala, los peleadores lo hacen a puños que son protegidos con unos guantes de boxeo.
Todos los peleadores se presentan en el ruedo que conforma la misma gente, con un traje de manda pintado de color anaranjado o amarillo con rayas negras que simulan la piel del tigre, cubriéndose la cara con una máscara de tigre elaborada por los mismos artesanos de Acatlán, que puede llegar a valer cada una alrededor de los 2 mil pesos. Debajo de la máscara de tigre, regularmente los peleadores portan una máscara de un personaje famoso de la lucha libre mexicana.
Los protagonistas de las peleas pueden ser niños, mujeres, jóvenes y adultos, las edades en el ofrecimiento no importan.
En Acatlán, la tradición marca que mientras más confrontaciones se lleguen a concretar, hay más posibilidades de que la lluvia caiga con mayor abundancia.
En cada enfrentamiento los hombres tigres hacen su mejor esfuerzo. Pero también cada puñetazo que sueltan o que reciben se puede decir que se rompe en dos: por un lado, en fuerza, en agresividad, en violencia, pero por el otro, se ofrenda en sacrificio.
Pero El Cruzco, el santuario indígena, es eso: una mezcla. Ahí convergen lo religioso y lo pagano, la ofrenda y el golpe, la fe y la pasión, el rezo y la fuerza.

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