AMLO: construir o destruir
Néstor Ojeda
Simplemente no puede dejar de lamentarse que Andrés Manuel López Obrador use su liderazgo para sustentar solo un proyecto personal. Por más que utilice de manera reiterativa los argumentos de “salvar a México” y lograr el “cambio verdadero”, su actuar revela que el interés único que le mueve es hacerse del poder para satisfacer un gigantesco afán de revancha.
En su voraz ambición, López Obrador no tuvo empacho en pavimentar su ruta a Los Pinos con los despojos del Partido de la Revolución Democrática que dejó la persecución que emprendió contra todos los posibles liderazgos emergentes que pudieran disputarle la candidatura presidencial, empezando por el hombre que lo trasladó de la aldea tabasqueña a la arena política nacional: Cuauhtémoc Cárdenas.
Hoy prácticamente no queda nada de la izquierda que en sus esfuerzos unitarios dio vida al PRD, en buena medida gracias al surgimiento del poder caciquil que AMLO le impuso a ese partido, cuya dirigencia se encuentra sometida a los deseos del tlatoani y que es incapaz ya de algún rasgo de independencia.
De eso también se trata la disputa poselectoral que ha emprendido, de mantener sometidos a los partidos que lo postularon, pues en la radicalización y la descalificación del nuevo gobierno se encuentra una de sus principales palancas de control, ya que al polarizar el ambiente político y social puede apuntar con su dedo flamígero a cualquiera para expulsarlo del bando del pueblo bueno si osa contradecirle o poner en duda la legitimidad de su causa, poder que no ha tenido empacho en usar para linchar a los medios y periodistas que no le son adictos.
Cegado absolutamente por su inmensa ambición y vocación autoritaria, López Obrador es incapaz de encausar su inmenso poder a otro fin que no sea el de destruir a sus contrincantes, críticos u opositores.
Es en ese afán que se revela el rostro verdadero de este autoproclamado y pretendido protector de la democracia mexicana, que hace seis años impulsó un fallido intento de golpe de Estado al pretender impedir que Felipe Calderón rindiera protesta como presidente y ahora, fuera de toda reglamentación, llama al Tribunal Electoral a decretar un interinato.
Y es que López Obrador no puede ir contra su naturaleza antidemocrática y destructiva, pues prefiere llevar a México a la confrontación permanente y la parálisis legislativa antes de acatar las reglas de la democracia y aceptar su derrota.
Hoy prácticamente no queda nada de la izquierda que en sus esfuerzos unitarios dio vida al PRD, en buena medida gracias al surgimiento del poder caciquil que AMLO le impuso a ese partido, cuya dirigencia se encuentra sometida a los deseos del tlatoani y que es incapaz ya de algún rasgo de independencia.
De eso también se trata la disputa poselectoral que ha emprendido, de mantener sometidos a los partidos que lo postularon, pues en la radicalización y la descalificación del nuevo gobierno se encuentra una de sus principales palancas de control, ya que al polarizar el ambiente político y social puede apuntar con su dedo flamígero a cualquiera para expulsarlo del bando del pueblo bueno si osa contradecirle o poner en duda la legitimidad de su causa, poder que no ha tenido empacho en usar para linchar a los medios y periodistas que no le son adictos.
Cegado absolutamente por su inmensa ambición y vocación autoritaria, López Obrador es incapaz de encausar su inmenso poder a otro fin que no sea el de destruir a sus contrincantes, críticos u opositores.
Es en ese afán que se revela el rostro verdadero de este autoproclamado y pretendido protector de la democracia mexicana, que hace seis años impulsó un fallido intento de golpe de Estado al pretender impedir que Felipe Calderón rindiera protesta como presidente y ahora, fuera de toda reglamentación, llama al Tribunal Electoral a decretar un interinato.
Y es que López Obrador no puede ir contra su naturaleza antidemocrática y destructiva, pues prefiere llevar a México a la confrontación permanente y la parálisis legislativa antes de acatar las reglas de la democracia y aceptar su derrota.
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