Este combate marca el final de los rituales prehispánicos de petición a las deidades para los indígenas de La Montaña
Hombres tigre pelean en Zitlala para que lleguen las buenas lluvias
Zitlala, 5 de mayo. Son hombres tigre, pero podrían ser otra cosa: unos salvajes, unos despiadados, pero también unos fieles devotos. Armados con una tensa cuerda y protegidos solamente por una máscara, hombres de Zitlala pelearon para que las deidades les manden buenas lluvias y una buena cosecha de maíz. Este combate marca el final de los rituales de petición de lluvias para los indígenas de la región Montaña baja.
Apenas pasan las 3 de la tarde, la plaza principal de Zitlala está llena, está a punto de comenzar el ritual prehispánico de mayor importancia del municipio y tal vez de la región. El lugar donde se realizan los combates está marcado por vallas metálicas, afuera del cerco hay gradas que lo rodean, los pasillos de la planta alta del ayuntamiento se han convertido en palcos, lo que por un momento hace pensar que también se trata de un espectáculo.
La fiesta de la pelea de los tigres, porque también es una fiesta, se divide en dos. Abajo, el pueblo, lo peleadores y arriba, los integrantes de la clase política que siempre están buscando el mejor espacio o el más cercano al presidente municipal en turno.
Pero el ritual, comienza horas antes. Desde las 12 de la tarde, los peleadores de los tres barrios que participan, San Francisco, San Mateo y La Cabecera, se reúnen en la casa de uno de los combatientes quien ofrece alimento y algo de bebida, esencialmente mezcal, para los hombres tigre.
Ahí también aprovechan para preparar las reatas, los trajes y las máscaras que utilizan en el legendario combate. El traje año tras año se amplía en su variedad. Esta ocasión se pudieron ver tigres con trajes amarrillos, verdes, blancos, rayados, de camuflaje militar y hasta decorados con los colores del equipo de futbol de Las Chivas.
Este año, Luis Albert Hernández, un joven de 20 años, peleó representando al barrio de San Francisco.
Luis Albert es delgado y de estatura regular, cuando peleó por primera vez, a los 16 años, buscó a un combatiente de su peso, pero ahora, cuatro años después, peleará con quien sea, esté gordo o más alto que él, dijo mientras se terminaba de colocar la máscara para salir de su barrio, San Francisco, rumbo el zócalo de Zitlala.
–¿Por qué peleas este día? –se le pregunta.
–Pues por la tradición, soy del pueblo y uno debe de participar y pues también para darse el gusto, responde después de meterse a la boca un sorbo de mezcal.
Luis Albert salió de su barrio, que está en la punto de un cerro de donde se mira toda la ciudad, junto con los demás peleadores y con los hombres tigres de la comunidad de Tlatempanapa, que conforma el mismo contingente, con el barrio de San Francisco.
El contingente del barrio de San Francisco es el primero en llegar a la plaza. Baila y espera a los tigres de los otros barrios. Los demás hombres tigres llegan, pero los combates se retrasan porque el presidente municipal entra al ruedo con sus invitados “especiales”. Sale de forma tropezada y los combates comienzan y en el ruedo comienza a surgir el olor de las peleas: la mezcla de sudor, sangre y mezcal.
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